La milenaria cultura vinícola de Anatolia, afectada durante el último siglo por la emigración de la población cristiana tras el declive del Imperio otomano, vive hoy un renacimiento a manos de determinados viticultores en Turquía, dispuestos a revitalizar esta tradición mediante la producción de vinos de calidad con cepas autóctonas.
En el corazón de esta revolución vitivinícola se encuentra la región de Urla y Çesme, situada al oeste de Esmirna, en la costa del Egeo. Este enclave es ideal para los viñedos, tal y como subraya Can Ortabas, fundador de la bodega Urla Sarapçilik y mentor de esta renovada industria del vino en Turquía.
La prosperidad de esta zona se debe a sus suelos arcillosos y calizos, sus brisas marinas y sus fuertes diferencias de temperatura, todas características que favorecen la plantación de variedades locales, así como de especies internacionales, como la Cabernet-Sauvignon o la Shiraz.
El reto de este resurgir vitícola no ha sido menor. Durante el siglo veinte, tras la caída del Imperio otomano en 1923 y el consecuente exilio de los viticultores griegos, se generó un periodo de oscuridad en la producción del vino. En términos de Ortabas, se produjo «un paréntesis en la producción de vino».
El objetivo actual es cerrar este paréntesis de cien años y devolver a Anatolia sus tiempos gloriosos. Para ello, Ortabas y otros viticultores como Alihan Haydaroglu, propietario de la bodega Statera, también ubicada cerca de Urla, impulsan la recuperación de variedades locales que se perdieron debido al éxodo.
Su enfoque es a la vez valiente y respetuoso con las raíces culturales. En el caso de Ortabas, este viticultor ha rescatado dos variedades autóctonas que aún se encuentran en la tierra tras casi un siglo de abandono. Sus esfuerzos se ven respaldados por otros vitivinícolas de la zona, que siguen su ejemplo buscando y recuperando cepas autóctonas, realizando pruebas de ADN y confeccionando vinos a partir de ellas.
El Ministerio de Cultura y Turismo turco, aunque procede de un partido islamista como el AKP, que según Ortabas «no ve el alcohol con simpatía», respalda las iniciativas locales que promueven un turismo basado en el vino. Por ejemplo, ha lanzado una «Ruta del Vino», que se ha convertido en un importante imán turístico participado por diez bodegas de la zona.
Este resurgir del vino en Turquía tiene un enfoque decididamente orientado hacia el futuro, pero que no olvida su pasado. Como bien concluye Ortabas, «lo llevamos en la sangre». Un detalle simbólico de esta enraizada pasión fue cuando Ortabas comenzó a plantar viñas en 2000 tras descubrir en la tierra una vasija griega de 3.500 años de antigüedad que aún olía a vino. Al igual que esta vasija, el potencial vitícola de Turquía aguarda para ser desenterrado y compartido con el mundo.