En la perpetua búsqueda de un desarrollo agrícola y rural propicio y sostenible en las Américas, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) no cesa en su empeño de implementar y promover la innovación y la ciencia como pilares fundamentales. Con una destacada experiencia de 83 años y una red consolidada de 34 oficinas en todo el continente americano, se ubica en la vanguardia de las transformaciones requeridas en el sector agrario, proporcionando respuestas oportunas y efectivas a los desafíos que se presentan.
Recientemente, en una conversación con EFE, Manuel Otero, director general del IICA, recordó que América es el principal exportador neto de alimentos en el mundo. Por tanto, el mandato histórico del IICA es asegurar la sostenibilidad de esta actividad, para lo cual, según Otero, la ciencia y la innovación son el único camino.
Alianzas estratégicas se han convertido en un instrumento clave para el logro de los objetivos del IICA. Un ejemplo palpable de estas colaboraciones lo encontramos en Le Córdoba, con el Campus de Excelencia Internacional Agroalimentario (ceiA3). Esta colaboración se ha concretado en un programa de becas de cuatro años de duración para jóvenes latinoamericanos, quienes tendrán la oportunidad de cursar el máster Digital Agri. Hasta el momento, el IICA ha recibido aproximadamente 50 solicitudes y ha becado a 8 jóvenes profesionales provenientes de países como Colombia, Honduras, Costa Rica, Argentina y Panamá.
Este proyecto adquiere significativo valor al tratarse de una cooperación sin jerarquizaciones, donde no existe cooperante ni cooperado, sino un aprendizaje mutuo y recíproco.
Por otro lado, Otero destaca que el factor diferencial es el relevo generacional potencial en las explotaciones agrarias, un fenómeno que en América no se presenta con la misma intensidad, debido a su naturaleza de continente joven.
La digitalización y la innovación aparecen como claves en el horizonte de los desafíos de la agricultura moderna, ya que para el 2050 deberemos ser capaces de alimentar a 10.000 millones de habitantes sin amenazar la biodiversidad ni los recursos naturales, como el agua y el suelo.
Finalmente, enfatiza que los agricultores deben necesariamente adaptarse a esta realidad, profesionalizándose y abordando la agricultura ya no como un arte, sino como una ciencia cada vez más compleja, tal y como se ha estado realizando en Europa, con el concepto de bioeconomía como gran puente de unión entre la producción y el cuidado del medio ambiente.