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¿Está en riesgo la agricultura en España? La sequía pone a prueba la resiliencia del sector

La agricultura en España está enfrentando una prueba de fuego debido a la persistente sequía, una amenaza agravada por el cambio climático. Se estima que para finales de siglo, habrá un 15% menos de precipitaciones y un aumento en las temperaturas, dejando a los agricultores en una situación de incertidumbre.

La sequía está causando estragos notables en el cereal de secano, con daños estimados en más de la mitad de la producción. Además, las restricciones de riego en las cuencas más afectadas limitan la producción de alimentos y reducen la rentabilidad de los agricultores.

Regiones como Andalucía, el noreste de la península, parte de Castilla-La Mancha, Castilla y León, Cantabria, País Vasco, Navarra, La Rioja y algunas áreas de las Islas Canarias están sufriendo las peores consecuencias. Las reservas de agua de los embalses del país han disminuido al 48,9% de su capacidad tras cinco semanas en declive.

La persistente sequía, que comenzó a finales de 2022, convierte al presente año en otro periodo de sequía meteorológica. Esto refuerza la tendencia a tener episodios de sequía más prolongados, marcando el año pasado como el sexto más seco desde 1961.

Según la Agencia Estatal de Meteorología, las predicciones climáticas señalan una disminución de la precipitación total sobre la península Ibérica de un 15% para el año 2100, un incremento del 5% en la duración de los periodos secos, y una reducción del 15% en los días de lluvia.

Además, las lluvias se vuelven más intensas y ocurren principalmente en otoño. Este fenómeno, combinado con las altas temperaturas y el suelo seco, especialmente al inicio del invierno, crea condiciones de «severa sequía» en el suroeste de Europa.

Estas condiciones adversas no solo afectan a la agricultura sino también a la producción energética, el transporte e incluso incrementan la frecuencia de incendios forestales. Los científicos han alertado de un aumento exponencial en las probabilidades de más olas de calor, como la registrada en el Mediterráneo el pasado mes, considerado el cuarto abril más cálido a nivel mundial.

El Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria advierte que tras el aumento de las temperaturas se esconden «impactos mucho más nocivos» como olas de calor más intensas y periodos más largos sin lluvia. En resumen, con la incertidumbre de las lluvias en primavera y la mayor demanda de agua, los cultivos como el maíz, la soja o el girasol se convierten en un desafío arriesgado para los agricultores.

Con la acumulación de sequías y golpes de calor, los cultivos leñosos y praderas se debilitan frente a las cada vez más frecuentes inclemencias del clima. Para afrontar estos desafíos, será necesaria «mucha más ciencia, transferencia del conocimiento generado y concienciación de todos los sectores», lo que implica mejorar la adaptación de la agricultura a los cambios climáticos.

En medio de este panorama desalentador, los agricultores deben innovar y adaptarse, sembrando en seco y esperando si llueve más adelante, sin la certeza de que haya suficiente agua para que las semillas germinen. La falta de agua en otoño adelanta las primeras heladas, dañando a las plantas que aún no tienen la fuerza para resistirlas.

La primavera trae consigo su propio conjunto de desafíos. Un cultivo puede crecer exponencialmente si las lluvias son suficientes, pero una ola de calor podría agotar rápidamente las reservas de agua del suelo. Esto lleva a las plantas a no producir el grano como deberían, disminuyendo significativamente la cosecha.

Y si las lluvias son escasas, el cultivo «ya viene pequeño desde el principio», lo que también impacta en una menor cosecha, de acuerdo con los expertos del INIA-CSIC. Esta situación de variabilidad climática hace que las siembras sean un verdadero desafío, dada la incertidumbre de las condiciones meteorológicas.

La situación es igualmente compleja para los cultivos leñosos y las praderas, que tras años de sequías acumuladas y golpes de calor, se enfrentan cada vez más debilitadas a las inclemencias del tiempo. Este panorama refuerza la necesidad de una mayor inversión en ciencia, transferencia de conocimientos y concienciación de todos los sectores para mejorar la adaptación de la agricultura a los cambios climáticos.

En definitiva, la agricultura española se encuentra en una encrucijada frente al cambio climático y la persistencia de las sequías. La adaptación y la innovación serán claves para superar estos desafíos y asegurar la sostenibilidad de este sector vital para la economía y el bienestar de la población.

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